Decirse
Como un abrirse-en-flor es traducida la imagen guaraní de la vida, vida mía y vida de todos nosotros . Es un abrirse en círculos concéntricos cada vez más grandes. La flor, a medida que se abre, va siendo flor —¡lo que siempre fue!— sólo que ahora, al abrirse, se devela. Como todo ser, va diciendo la palabra única, especial que es, y la integra al discurso de todos y de todo el universo.
Identidad
Eso es filosofía guaraní. En el lenguaje occidental de la filosofía, en el contexto del mismo tema se recurre al concepto abstracto de identidad. Por ejemplo: tengo una identidad, aunque la conozca sólo en parte. Vivir consiste en conocerme, volverme consciente, ir integrando a mi conciencia lo que no está aun en ella; así voy tomando conciencia sobre partes hasta ahora inconscientes, de mí mismo y del mundo .
Lo mismo que vale para mí como individuo, vale para mi colectividad o mi pueblo: nos vamos conociendo, vamos tomando conciencia de partes de nosotros desconocidas, desatendidas u olvidadas, vamos siendo más conscientes de ellas y nos vamos viviendo más; a medida que esto ocurre, los demás también nos ven de manera cada vez más completa y con mayor nitidez. De esta manera, la identidad, lo que somos y lo que podemos ser, crece, y se va modificando.
Educación
Educación guaraní era y es crear las condiciones como para que las personas, sin limite de edad, puedan ir descubriendo y diciendo la palabra que son . En ciertas edades —la adolescencia especialmente— hay un corto acompañamiento para ello, por parte de un educador.
La educación guaraní es un proceso que se desenvuelve con gran libertad. Es la libertad necesaria del individuo y de la colectividad en su búsqueda de autoexpresión. Ninguna autoridad educativa se arroga más que un papel de mediador entre la tradición del grupo, el ser y su conciencia; es más que nada un facilitador de condiciones favorables para la autoeducación. Hay una intencionalidad, pero sólo es la de permitir y facilitar la vida y el crecimiento hacia un ser “como debe ser” en mi comunidad.
Nuestra era
El espíritu de la educación guaraní —esencialmente autoeducación— sobrevive en el aquí y ahora: niños y jóvenes se rebuscan en la vivencia cotidiana, fuera de los espacios formales educativos, e integran con rapidez y agilidad destrezas y capacidades que les parecen deseables y atrayentes. Con la diferencia de que en la comunidad amplia en cuyo seno hoy se autoeducan, la vida cotidiana ya no es expresión de una tradición estable y sostenida; de manera que, lo que antes era el parámetro para el crecimiento autoeducativo, ahora es una mezcla inestable, altamente compleja de influencias múltiples entreveradas.
En las aulas, que son hoy los espacios formales de la educación, se cumple un ritual obligatorio para todos, cuyo cumplimiento abre acceso a la vida de los grandes. Es un ritual que tiene una concepción mecanicista del hombre y de los niños y niñas: les falta conocimiento, y alguien que tiene ese conocimiento, les «carga» como si fuesen recipientes vacíos. En ese menester, conocimiento no es conciencia: conozco sin saber, y sobre todo, sin sentir lo que voy conociendo, y sin hacerlo mío. Las actitudes manifiestas en ese ritual educativo expresan la idea de un adiestramiento para poder sobrevivir y cumplir funciones en un proyecto que es más ajeno que propio.
Es el proyecto de modernización, u «occidentalización», cuyo mensaje básico dice que los paraguayos, lejos de ser aquella palabra cuyo pronunciarse y engendrarse hay que favorecer, son al contrario una materia prima que necesita ser dotada, desde afuera, de nuevos contenidos. Los contenidos pertenecen esencialmente a otra cultura, la de la sociedad mundial moderna envolvente, y responden a su tipo de racionalidad y lógica mental. Los contenidos escolares están imbuidos del espíritu de esa nueva cultura mundial, y la misma reforma educativa está animada por el propósito de garantizar la conexión entre los paraguayos del futuro y la población mundial «desarrollada».
El modelo de sociedad que guía esta educación es el de una sociedad diferente, semejante a las de la Europa o de la Norteamérica actual. Se desconoce la existencia de un modelo propio, paraguayo, como si no existiese. La escuela pretende formar otros paraguayos, diferentes. Es una educación que aplica el cambio y la transformación dirigida de la identidad propia, comparable en su omnipotencia ingenua, a una manipulación genética.
Puedo intervenir la identidad?
La identidad, individual o colectiva, es algo dinámico, está en constante movimiento, en un campo de tensión entre el ser y el poder ser. Hoy, sin embargo, la tensión se da más bien, bajo la influencia de fuertes presiones, entre el ser y el deber ser, entre el ser y lo que se impone.
Las presiones a favor del cambio y la transformación de la identidad son enormes. Pertenecen al proyecto colonial de la conquista, un operativo transatlántico e intercontinental que empezó hace 500 años, y cuya persistencia hasta los días de hoy, bajo diversas y cambiantes formas, hace que, a la larga, se lo olvide. Este proyecto ejerce un dominio económico y político real e innegable, y le propone o impone al ser paraguayo su adecuación al mismo. Se le hace presente con una fuerza que acalla de antemano todo intento de cuestionamiento a tal adecuación y sometimiento. La vida cotidiana, sobre todo la de los espacios formales, entra en un chaleco de fuerza. Lo propio aparece débil, obsoleto y devaluado.
Lo que se inició como conquista, hoy se declara movimiento de liberación: liberación de las angustias de una vida plagada de creencias anticuadas, liberación de una historia y tradición propia desgastadas, liberación del atraso, junto con la ilusión de llegar aún a tiempo para poder subirse al moderno tren que supuestamente va al futuro; liberación de la pobreza y enfermedad, y, no por último, liberación de la supuesta ignorancia. Ignorancia supuesta: no hay que confundir el silencio con la ausencia o el vacío.
La mencionada presión es respondida con diversas formas de resistencia. Una resistencia acaso consciente en el inicio, se volvió algo tan internalizado que los paraguayos de hoy aplican los mecanismos culturales de defensa sin saberlo. Mientras existe por un lado una clara identificación con los valores promovidos por el proyecto colonial que hoy se llama modernidad, son manifiestas las resistencias y constituyen una suerte de sabotaje cultural permanente a los planteos del llamado «desarrollo» y la modernización.
La actitud tradicional autoeducativa persiste, la de incorporar libremente, cual cazador y recolector, lo que se presenta y parece útil. Pero el medio cambió: ya no es el monte natural o la campaña tradicional donde se buscaba un equilibrio del mundo en libertad y espontaneidad; ahora el ambiente está invisiblemente cargado de intenciones ajenas y manipulación racional. En ese ambiente, el ser que quiere abrirse y decirse en libertad, se confunde. La necesidad de conocerse a sí mismo y al mundo se topa con la obligación de absorber un conocimiento ajeno, ya constituido. La expresión paulatina de la identidad propia tropieza y se bloquea.
El sentir de que «está bien como somos» es reemplazado por su contrario: «no está bien como somos, debemos cambiar, mejorar»; los valores tradicionales ya no sirven, deben ser reemplazados; hay que cambiar el modo de vida. Debemos ser otros.
La pregunta es si se puede, por voluntad propia o ajena, intervenir en el desenvolvimiento natural —el proceso de vida— de la identidad propia; si se puede forjar una identidad individual y colectiva a voluntad, programar que sea diferente.
Somos alguién o no somos Nadie?
Al observar los procesos descritos, a primera vista se podría concluir que los paraguayos como manifestación de una identidad cultural propia no existen. Una segunda mirada que toma conciencia de las mencionadas resistencias, pero también de la fuerza y del orgullo con el cual se manifiestan, de manera explícita y aun sin decirlo, en los hechos, el «upeicha guarãntema ñande», nos hace entender que hoy el decirse, el engendrarse de la identidad propia continúa, pero lo hace con creciente dificultad.
Se vuelve evidente que dentro o debajo del pueblo paraguayo «hay alguien», alguien con fuerza y seguridad. Ese «alguien» es una parte de la identidad paraguaya, y se encuentra al lado de aquella otra parte que, ante el asecho de las fuerzas de cambio, se identifica activamente con el deseo de volverse alguien diferente. O, en otras palabras, hay un ser paraguayo que necesita pronunciarse y ser escuchado, un ser que necesita que se le de su lugar, un ser que existe por ley propia, sin necesidad de ser reconocido o ratificado en su existencia por el «otro». En este caso, se trata del concepto de una identidad que no es construida recién ante la presencia del otro. Y hay una presión externa, que también es muy sentida internamente, que reclama que esa identidad se inserte al contexto más amplio, de otras identidades colectivas o culturas.
La autoexpresión de la identidad propia se juega hoy entre esos dos polos, y en todas las instancias y matices intermedias. Pero es autoexpresión. Uno es lo que es, y puede querer ser diferente, pero los procesos de tal cambio tienen su organicidad propia y escapan en gran medida a nuestro control y a nuestra voluntad, de la misma manera que nuestra decisión dominical de ser buenos y de no pecar más no puede tener consecuencias en la vida cotidiana. Seguiremos siendo los mismos. A la vez, cambiamos, pero no necesariamente como queremos; lo haremos de otra manera, algo misteriosa, muy compleja, probablemente lenta, espontánea y sólo parcialmente controlable.
En ese cambio natural, que es cambio y crecimiento de la identidad, nos sentiremos a nosotros mismos, y también al otro, al mundo, y sentiremos que somos parte, y esto significará eventualmente un crecimiento que puede hacerme ser más yo mismo, pero siendo parte del mundo. Sería la aparición del ser paraguayo sin negar su propia ley, su propio modo de ser, la de un ser sin embargo abierto a la presencia e interacción con otros...
Decisiones políticas
¿Qué nos conviene? ¿Que se llene nuestro supuesto vacío o que podamos develar nuestra riqueza? ¿Necesitamos entrenamiento para conseguir un empleo en el Shopping global, o necesitamos entrenamiento para ir descubriendo lo que es nuestra vida —en el Paraguay y en el mundo—, y vivirla?
Las resistencias a lo nuevo y a la patente inadecuación del modelo moderno de un Paraguay cuyo camino al futuro puede ser bien diferente del europeo, nos hablan de búsquedas e inquietudes encubiertas y de procesos cuyo desenlace no está a la vista. De momento, nos hablan de un pueblo que disiente con lo que aparentemente proclama. No hay otra opción que la de tomar en serio este disenso y las contradicciones que plantea, buscando promover su aclaración, decidida, asumida.
(1998)