ALTERNATIVAS EXTRA- SISTÉMICAS

Visita al país de Centú

Anteayer y ayer, 19 y 20 de octubre, visitamos el país soñado y en vías de construcción de Victoriano Centurión, o “Centú”, o “profeta loco” como lo llamaron otros, creo que le gustó ese nombre. Mi propia definición, el nombre que yo le daba, decía que era “lo más cercano a un guerrillero que pudo y puede haber en Paraguay”…

El país de Centú tiene dirección: no queda sobre una calle, sino sobre una ruta, la Ruta VII a Ciudad del Este, y el número corresponde a una piedra de kilometraje. El país de Centú tiene una extensión de solo 70m de ancho y 1000m de largo: 7 hectáreas. Curiosamente, el lugar era el asiento del Regimiento R.I.14 “Narciso R. Colmán” en épocas de la dictadura, un hecho cargado de un simbolismo casi mágico cuando le veo a Centú salir de su casa para saludarnos: podría ser un general en situación de retiro, pero no un general de los de ahora, sino uno de verdad, uno de aquellos luchadores históricos de las Américas, como Artigas, Simón Bolívar, o Juana Azurduy. Un comandante, ahora ya envejecido.

Como él mismo lo dice, a lo largo de su vida sobrevivió cuatro veces a la muerte segura. Una de ellas era cuando lo buscaban 5000 efectivos militares con helicóptero y todo, en los bosques de Caaguazú – era un tiempo en él que había todavía bosques -; lo buscaban a él y a los campesinos, a todos los que habían secuestrado ese ómnibus en la ruta, para ir a manifestarse en Asunción por el robo de sus tierras. Era 1980, en plena dictadura. Con la ayuda de los campesinos de la zona, Centú y sus compañeros pudieron esconderse y finalmente escabullirse, aunque no todos. Diez de ellos murieron. Él, con la ayuda de un político de la oposición, fue llevado clandestinamente a Asunción e introducido a la Embajada de Panamá. De allí, se fue al exilio, la mayor parte del cual vivó en Venezuela. Le tocó vivir en una finca de cultivos orgánicos, lejos de su tierra, pero cerca de otra tierra y otra naturaleza.

Ahora sale a nuestro encuentro, un hombre de más de 70, siempre con estatura imponente, la cara cargada de todo lo vivido, con ojos siempre intensos pero con algo que refleja ya una luz más blanda, es la luz del atardecer de la vida que se avecina, con un poco de nostalgia, un resto de empecinamiento, y algo de duda. Aunque… Centú declara querer vivir hasta los 203 años -nos informa que hubo un Colombiano que a base de mandioca con miel de caña vivió hasta los 202…

Centú nos atiende con suavidad y ternura. Es una ternura sin palabras, la ternura de lo simple pero dispuesto: el catre tendido, la piecita con la ventana al amanecer, una silla que coloca en la sombra para que me siente, todas las frutas que nos hace probar… El país de Centú refleja la vitalidad de una vida indomable e indomada. Los árboles, los frutales, el suelo, la surgente, la sombra, el pasto, los animales domésticos, todo le parece responder; responde a la mano sensible y suave de ese comandante y guerrillero, es una mano que apenas roza lo que toca; porque es la mano también de un médico curandero que sabe de las leyes de la naturaleza y  también del juego de los lineamientos que el universo proyecta, invisibles a nuestros ojos, sobre las cosas de todos los mundos nuestros… Lo observo en el recorrido por las plantaciones: allí, entre hileras de plantas de un maíz aún joven, para mi sorpresa hay liños y liños de lechuga fresca y rebosantemente verde; no es en la huerta sino el plena chacra. Centú se agacha y su mano suave recorre y junta las  malezas casi sin tocarlas; luego, crea un hoyo para plantar un apio que tenía nacido a unos metros; lo busca, lo planta. Va y carga un poco de agua en la regadera, y riega las lechugas, y el apio. Un poco nomás. Se ríe. Su risa algo pícara refleja la alegría sorprendida y a la vez afirmada del que sabía que su naturaleza le iba a responder y dar. El país de Centú no es un país de escasez, sino de abundancia.

Lo que ahora es la habitación principal de su casa era antaño la comandancia del R.I. 14. Su bosque del fondo es el bosque del cual los militares habían terminado por sacar todos los árboles grandes y originarios. Al costando de su casa, hacia la ruta, se ve aquellas gradas de material con el mástil para la bandera, como en todos los cuarteles, y todas las escuelas. Hoy, no hay bandera, y al final quedamos con Centú que es mejor que no haya: no sabríamos qué bandera sería bueno izar, de las que conocemos. Debería ser una bandera de futuro. Mientras, alrededor del mástil desnudo brotan dos plantas de mamón, una de ellas cargada de frutos, y dos rosales en plena flor. Me parece lo mejor que le puede ocurrir a ese lugar habitualmente destinado a los rituales del patriotismo.

Centú nos habla. Un poco se queja: Paraguay no existe más como país, está en manos ajenas. Y nadie valora que es importante preservar la naturaleza; Centú lo llama “reforestación”, y es la presencia cotidiana y con suavidad persistente de su mano ordenadora.

*

Centú, y otras y otros como él, hoy invisibles, son parte del ropaje de este ser extraño que dice llamarse Paraguay. Son el ropaje que nadie ve y que el país tiene puesto sin saberlo. Es su mejor ropa. Sin la misma, Paraguay queda al desnudo.

Algo está muy fuera de lugar.

Le explico a Centú porqué me había acordado de él, al punto de finalmente decidir que era bueno visitarle, verle, hablar con él, volver a escucharle: hace mucho tiempo, en el tiempo de las Ligas, Centú había dicho que para ser libres los Paraguayos – los campesinos! – necesariamente tenían que desalambrar, “cortar”, tres alambradas: la primera – visible para todos – la dictadura; la segunda – mucho menos visible – la iglesia; la tercera, la escuela. En esta imagen visionaria Centú dice lo que también hoy dicen algunos líderes de pueblos indígenas y algunos pensadores anti- sistémicos. Conversando durante nuestra visita, agrega un elemento nuevo: la democracia, que es y siempre ha sido un instrumento de los poderosos, aquí y en otras partes, para sujetar mejor a todos los pueblos a sus planes y designios.

Centú por trechos nos habla castellano a aquellos que no dominamos su idioma nativo, el guaraní. Mientras habla, lo escucho y lo miro, y veo que Centú definitivamente es otro paraguayo más de aquellos muchos que se olvidaron que eran indígenas, o en todo caso, nativos, muy nativos.

*

La comunidad indígena Mbyá más cercana está a veinte y cinco kilómetros del país de Centú; hoy, está rodeada por la soja. Ni bien llegamos, Centú nos había llevado a unos frutales a pocos metros de su casa; nos enseñó las hojas de los naranjos y de los árboles de lima: todas enfermas por la acción de los venenos rociados en las extensas tierras sojeras de los alrededores. “Nos estamos muriendo”, dice, mostrándonos el ropaje enfermo de los frutales. “No hay más abejas… No hay las víboras… No hay más nada…”. Una tristeza me invade, es la de Centú que se junta y se une a la que ya tengo y tenemos dentro, a veces sin saberlo muy bien. Más tarde, confiesa lo bien que le hace nuestra visita…”A veces estoy un poco desesperado…”

La guerra en la que Centú pelea por su vida no termina con el fin de la selva. Hoy, las batallas se multiplican, en los cien ranchos quemados el otro día en San Pedro, en el indígena acusado y torturada la semana pasada en Filadelfia, en la muerte de aquel niño, no lejos de lo de Centú, rociado con insecticida, y cuyo padre estuvo preso tres meses por buscar justicia después de lo que pasó con su hijo.

Octubre y noviembre de 2013

(Centú murió el 31 de Enero de 2016)


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