Tal vez ya parezca absurda tan solo la pregunta de mi titulo. Porqué las sociedades deberían tener que aprender algo de los niños y las niñas en la calle? Normalmente partimos de hecho que son ellos, los niños, los que deben aprender de los grandes, de los adultos, de la sociedad…Son ellos los que deben aprender a comportarse en la sociedad como corresponde. A integrarse, a no molestar, a ser normales como todos.
Espero poder mostrar que esta distribución de roles («quién tiene que aprender y quién se lo enseña?» y «quién debe cambiar y quién le ayuda a cambiar?»), pueda ser vista de una manera nueva, diferente.
*
Imagínese la sociedad – nuestra sociedad paraguaya por ejemplo – como un organismo vivo, un ser que vive. Un ser vivo como todos nosotros, como cada lector de este texto; la sociedad un ser vivo con un cuerpo, pero también con un espíritu; con órganos, articulaciones, pero también con una espiritualidad, la que abarca, por ejemplo, añoranzas, creencias, mitos.
La sociedad un ser individual, grande, que vive!
Hace poco compartí esta visión en una conferencia en Alemania, y tuve que dar especial énfasis en lo que acabo de afirmar: la sociedad es un ser que vive. En Alemania, como en general en las sociedades y culturas del Norte, y en muchas de sus teorías, la sociedad es una mera abstracción, algo teórico, un concepto para ayudar al conocimiento. Lo real es el individuo. Mientras tanto, aquí en América Latina y en el Paraguay, sentir la sociedad como un ser que realmente existe se arraiga en una cultura de vida aún vigente, basada en un existir juntos en comunidad. Si bien hoy ya en muchos casos no es tan claro cuál es la comunidad de cada cual y dónde es, prevalecen un sentir, pautas de vida y de comunicación que descansan en y se nutren de la existencia real de un cuerpo o organismo social…
Ahora imagínese también las partes de ese ser vivo sociedad. Los niños y las niñas que aparecen en diferentes situaciones en la calle son una parte de ese ser. No la parte principal, pero una parte que, desde hace años, crece. Crece no solo en número, sino en fuerza, presencia, intensidad. Crece no solo en Paraguay, sino también en otras partes, incluso en las sociedades europeas y en América del Norte.
Allá los niños, niñas y jóvenes que constituyen esa parte no siempre llevan el nombre de niños en la calle, y sus características varían. A veces son más bien jóvenes en la calle, o bandas juveniles, o simplemente jóvenes que ya no pudieron quedarse en sus familias, o cuyas familias en la práctica dejaron de existir como tales. En las grandes ciudades del Norte no es tan fácil percibirlos.
En América Latina, los vemos con mayor facilidad: son los que nos llaman la atención cuándo nos piden limosnas, cuando logran – o no – imponernos una limpieza de nuestro parabrisas; están largas horas trabajando en alguna esquina o en el mercado. Ganan a diario una parte de lo que su familia necesita para vivir. Algunos pasan la mayor parte de su tiempo en la calle o en espacios públicos, simplemente porque para ellos es el lugar más natural, su lugar, donde van creciendo y entrando de a poco en la vida adulta. – A veces, estos niños y niñas son muy chicos. Están también los bebés cuyo rol en el trabajo en la calle causa mucha indignación en algunas personas. Y están las niñas que hacen comercio con la actividad sexual. Finalmente hay también un grupo, hoy no tan visible tampoco, de jóvenes, niños y niñas que dejaron de vivir en un lugar estable, para los cuales ya no hubo abuelos, no valieron parientes ni madrinas, ni puestos de criaditos, ni hubo institución que los retenga, y que terminan viviendo en la calle.
Terminar en la calle, es un llamado – inconciente – a la opinión pública. No me queda otro remedio, no hay alternativa, aquí estoy, en el mercado, en el centro, en cada semáforo importante…Adultos, personas grandes de esta sociedad en cuyo seno nací, a dónde puedo ir? Qué puedo hacer?
Este llamado lo hacen seres humanos que muy dentro suyo tienen el saber de que la sociedad es un cuerpo, un organismo grande que reacciona, protege, defiende. Es un llamado a este cuerpo.
Este ultimo grupo – los que terminan quedándose en la calle – es un grupo minoritario, pero importante; viven las situaciones más extremas del espectro que llamamos niños y niñas en la calle.
Son estas las caras que este fenómeno tiene en nuestra sociedad. No quisiera perderme en la enumeración de las posibles circunstancias de la presencia de estos niños y jóvenes en la calle, ni de las diferencias – a veces grandes – que se dan entre una cultura u otra, un continente u otro. Simplemente me gustaría en este escrito poder abarcar en líneas grandes a todos ellos y ellas, aunque en una parte mi análisis se referirá más al grupo que vive en la calle – simplemente porque encierra mucho de la esencia del fenómeno.
*
La sociedad un ser vivo, los niños, las niñas, jóvenes, adolescentes en la calle una parte de ese ser. Como en todo ser viviente u organismo, existen relaciones entre las partes y los órganos; existen funciones del cuerpo; existe un acontecer corporal que expresa el espíritu del todo, o de ciertas partes – en la medicina moderna usamos el término ‘somatizar’-; resumiendo, se están dando en este organismo diferentes tipos de movimientos y fuerzas, reacciones y procesos.
Entre la parte principal del ‘ser sociedad’ y la parte de los niños en la calle, actúan fuerzas, en ambos sentidos y en diferentes lugares. Quisiera dedicar la parte principal de mi conferencia al intento de describir esas fuerzas y de decir lo que contienen y lo que expresar con su actuar.
I
Como reacciona la parte principal, mayoritaria del ‘ser vivo sociedad’ a los niños y las niñas en las calles? Qué fuerzas se expresan y actúan a través de la postura de la sociedad?
Para empezar, las sociedades se expresan de manera explícita, cuando hablan en su nombre los gobiernos, los parlamentarios o los funcionarios públicos; luego, también los medios son voceros de la sociedad en un sentido más amplio. Después hay las instituciones privadas, las ONGs, cuya postura explícita, que se hace visible a través de tomas de posición o publicaciones, muchas veces es también representativa de la sociedad. Finalmente, la sociedad también expresa su postura a través del fomento y apoyo a determinadas iniciativas prácticas y proyectos institucionales, y a través de la negación o ausencia de tal apoyo en otros casos.
Tales iniciativas y proyectos también tienen su lenguaje y hablan y se expresan, y es sumamente gratificante descifrar el contenido de sus expresiones. Aunque, no lo olvidemos, los proyectos institucionales no logran tocar en su trabajo más que un porcentaje ínfimo de los niños de la calle.
Más que nada, sin embargo, se expresa la postura de la sociedad de manera implícita, a través de muchos aconteceres y pequeños eventos cotidianos, en circunstancias y situaciones diversas, muchas de las cuales incluso pasan desapercibidas. Estos pequeños eventos desapercibidos y cotidianos hablan también un lenguaje y dan expresión a una postura del ‘ser vivo sociedad’, y a través de ellos actúan fuerzas sobre los niños y las niñas en la calle.
Aquí quiero sostener que no son las manifestaciones explícitas, las declaraciones de representantes de los gobiernos, de los medios masivos o las expresiones públicas de exponentes de la sociedad las que verdaderamente reflejan la postura de la sociedad. Sino, al contrario, que esa postura se expresa de la manera más verdadera en los hechos y aconteceres voluntarios e involuntarios, conscientes e inconscientes de la vida cotidiana de la sociedad.
Y cuál es la postura que de está manera encuentra su expresión?
Indiferencia que bordea con la molestia, y en el fondo el rechazo. – Muchos se acostumbraron a la presencia cotidiana de los niños en las calles y no los ven, o no los ven más. Detrás de la indiferencia se esconde, sin embargo, el rechazo, al que el menor incidente hace aparecer: como niño o niña en la calle, yo siento el rechazo detrás de la indiferencia, y por supuesto, siento también el rechazo abierto: a diario me pasa que se me cierra la puerta; la gente me esquiva, no me habla; soy echado. Me toca soportar ser tratado con malas palabras, y tragármelas, son como golpes para mí. Cuando se trata de aclarar un robo, todos piensan en primer lugar en mí y en los que son como yo. Los chicos «normales» son mantenidos a distancia de nosotros. Somos observados, controlados, censados, detenidos, maltratados, abusados para hacer trabajos forzados, luego puestos nuevamente en libertad. A veces se nos colma por un momento con atención y con regalos, se nos saca fotos, somos filmados. Pero muchas veces siento que se nos tiene miedo. Existen lugares, países, donde se nos persigue, donde somos objeto de cacerías. No pocos de los nuestros fueron muertos.
Forma parte de esta postura de rechazo la devaluación y una crítica fundamental. La medida para esa crítica es la ficción de la normalidad societal: o sea, niños y niñas de la calle son criticados en base a los que la sociedad cree que es «normal» en la vida: «Ustedes no valen nada! Ustedes no son como se debe ser!» A partir de esta apreciación básica de la sociedad frente a sus niños en la calle, sus expresiones siguen en forma de presión hacia el cambio: «Ustedes deben cambiar. Sean normales. como nosotros lo somos. Les mostramos como se debe vivir; les mostramos lo que sus padres, parientes, vecinos del barrio y su vecindario descuida con Ustedes. No está bien como están Ustedes! Mírense Ustedes mismos! El trabajo que hacen no tiene valor, Ustedes son chicos, criaturas, aún no saben trabajar de verdad. Ustedes no deben trabajar; los niños y las niñas deben jugar y ir a la escuela, no trabajar. Aquellos de Ustedes que no van a la escuela, por ejemplo, porque no hay escuela o porque la escuela no los acepta, no tienen futuro. Vayan a la escuela. La escuela les preparará bien para la vida. Ustedes no están en condiciones de saber y juzgar lo que conviene hacer…» etc.
Los proyectos a su vez dicen cosas parecidas: nosotros les preparamos para un futuro mejor, les damos formación, les educamos. Déjenlo a nuestro cuidado, nosotros sabemos lo que es lo mejor para Ustedes. Ustedes mismos no lo saben, y sus padres, sus familias y sus amigos no lo saben tampoco.
La postura de la sociedad devalúa a los niños y a su entorno social y los rechaza. Para luego expresarse también como fuerza que ejerce presión sobre ellos. Es una presión del tipo «hace-o-sino»: o eres así como se debe ser, «normal», o verás tú mismo, desaparecerás.
Niños, niñas, jóvenes en la calle, confrontados con esta disyuntiva «sé «normal o vas a ver» y también chantajeados afectivamente, luego deben tomar una opción: o luchan cada día con enorme esfuerzo para lograr a ser aunque sea en parte «normales» y a poder pertenecer, o se verán siendo marginados y por último excluidos. La mencionada opción la toman mayormente, aunque no siempre, de manera inconsciente. Más que nada, sin embargo, se trata de un optar y una decisión que escapa a las posibilidades de estos niños. No disponen ni de los medios ni de las posibilidades como para llenar las condiciones que la parte mayoritaria de la sociedad les pone para poder pertenecer a la misma.
Entonces las fuerzas que aquí actúan, o estiran a los niños hacia la normalidad declarada, o los rechazan y los dejan caer. Tal como se deja caer y excluye también a otros grupos sociales en el modelo de vida vigente en las sociedades modernas. Sin embargo, en el caso de los niños y las niñas en la calle, la sociedad, luego, no se queda con el dictamen de su exclusión, sino trata de volver a creer cada vez de nuevo en la posibilidad de su integración y trata de trabajar hacia esa meta. Y es en este hecho que hay algo esencial: La parte mayoritaria del ser o cuerpo de la sociedad no logra separarse definitivamente de los niños en la calle. No le dejan tranquila. La mano de ese ser que es la sociedad siente una compulsión a rasgarse cada vez de nuevo allí donde al parecer las cosas no son normales. «Pero si nuestra sociedad funciona! Estamos bien. Bueno, hay algunas cosas que deben ser mejoradas, pero no es para tanto. El modelo de vida propuesto por nuestras sociedades modernas está bien como está, debe funcionar, funcionará. Ustedes niños en la calle no deberían existir! Pero si Ustedes son criaturas! Vuelvan! Vuélvanse normales, cambien….Y quédense con nosotros!»
Cada vez nuevas formas de esta postura se hacen visibles y son aplicadas.
Así se da que la sociedad, pese a que a veces hace algo, en el fondo no quiere cambiar nada – salvo a los mismos niños – y sigue con la esperanza puesta en lo imposible. Gobiernos, organismos internacionales, medios, y otros agentes sociales sueñan con soluciones. En base a ostentosas declaraciones, pactos internacionales, campañas, análisis sesudos y planes estratégicos, fantasean con la superación del problema de los niños en la calle, con su pronta y feliz reintegración a la normalidad y con su total desaparición. Una de la últimas y muy actuales fantasías es la desaparición de los niños trabajadores. Mientras, sin embargo, el fenómeno mismo crece, aumenta, sufre modificaciones, se vuelve más apremiante y exigente, se podría decir. – Pero, en vez de hacer caso a ello, se va fortaleciendo y erigiendo aún más aún la ilusión y se va profundizando la autodecepción.
Esta postura es la de la mayoría de la sociedad. No es la de los malos políticos «que carecen de voluntad política», es la resistencia de todo el cuerpo de la sociedad, la cual, frente a las manifestaciones molestosas de una de sus partes – la de los niños y niñas en la calle – se agita, luego se repliega y finalmente rechaza, pero no llega a soltar.
Dentro de la mencionada parte mayoritaria del cuerpo social me tengo que incluir yo también, y tal vez también Usted pueda incluirse. Aunque seamos tal vez algo especiales: somos los socialmente activos, activistas militantes, los que llegamos a leer un texto como este. Se podría decir que somos la parte activa de una sociedad de no-cambiadores. Lo que hacemos nosotros, sin embargo, no actúa con tanta fuerza como lo hace la postura implícita de la sociedad toda; esa postura es más fuerte, mas fuerte que proyectos, y por supuesto más fuerte también que los planes estratégicos y las declaraciones.
*
Podríamos decir ahora que es bien entendible, natural, que un cuerpo no quiera cambiar. Es uno de los principios que rigen en toda la naturaleza, él de la homeóstasis: todos los seres y sistemas siempre tratan de quedarse así como son, de no cambiar. Cualquier presión fuerte que haya se trata en primer lugar de compensar en el sistema mismo, y así también ocurre en el cuerpo vivo de la sociedad. Pero también lo sabemos, procesos de cambio más grandes ya no pueden ser respondidos con simples compensaciones.
A veces entonces la consigna es aceptar el desafío para el cambio: Tomar como punto de partida que lo anormal, lo que nos aparece como una malformación que más que nada nos da ganas de marginarla o eliminarla, que lo anormal no es tal, sino que en realidad es el inicio de una fuerza que va creciendo y que actúa en pos del cambio, de la transformación del cuerpo social entero. Dentro de esta visión, los niños y las niñas en la calle, sin saberlo, son portadores de un aprendizaje y un mensaje para la sociedad toda.
Esta se defiende y se cierra, quiere seguir como es y no cambiar, y excluye a los portadores de lo nuevo que procura entrar. Pero se mantiene cerca, niños en la calle son demasiado visibles siempre, y algo estira la atención de la sociedad cada vez de nuevo hacia ellos. Tal vez, lo que le estira es lo nuevo, lo que procura entrar.
Pero que es ese nuevo? Cuales son las propuestas y urgimientos de cambio y transformación que nos llegan a través de los niños en la calle, a través de su forma de ser, y a través de lo que su presencia comunica y significa? Para poder contestar esa pregunta, debemos empezar activamente a descifrar e interpretar el fenómeno de niños y niñas en la calle; de escuchar con atención y de captar.
Para esta tarea, la observación y el análisis científico, y también la conversación directa con los niños, las niñas y los jóvenes mismos, no son más que el comienzo. En realidad, se tendrá que ir mucho más allá.
Y algo más: es una tarea que ya no permite ser delegada a expertos y políticos; esta tarea exige la presencia activa, el sentir y la cooperación de todas las partes y miembros de la sociedad, y requiere de toda su capacidad de sentir y percibir.
II
Yo tengo hijos, y tal vez Usted, lector, lectora, los tendrá también. Todos lo pudimos vivir, como nuestros hijos, aún siendo muy pequeños, nos van cambiando y transformando a nosotros de una manera natural, espontánea, inconsciente, si es que realmente nos jugamos y nos metemos con ellos… (esa es la clave!). Nos transforman muchísimo. Hacen preguntas, y realmente cuestionan todo lo nuestro. Rompen muchas cosas. Cuando son aún chicos, sabemos manejarnos bastante bien con eso, pero más tarde, sus cuestionamientos, exigencias y acciones se vuelven más y más fuertes y a veces terminan por ponernos en impasses grandes y bien serios.
Este mismo papel lo juegan los niños en la calle para toda la sociedad. Le enseñan cosas, y, sin saberlo, ayudan a conducirla hacia transformaciones importantes y necesarias, tal como lo hacen nuestros propios hijos con nosotros. – Cuáles son los aprendizajes y las propuestas de cambio que los niños y las niñas en la calle le plantean a la sociedad?
Es acá donde empieza la mencionada tarea de percepción.
→ Viven una cotidianeidad que la parte mayoritaria de la sociedad considera inaceptable y anormal. Pero no están allí porque quieren, sino porque, por lo general, no tienen alternativas a mano. – Este hecho encierra un mensaje. El mensaje es: no podemos con el modelo propuesto de vida de la sociedad, por eso terminamos en la calle. – Como sus padres y su entorno, estos niños y niñas viven una afirmación que el resto de la sociedad no quiere asumir. Entonces la guardan ellos y la viven para el resto…de manera visible, creciente, a gritos, con creciente violencia, más adelante…hasta que la parte mayoritaria de la sociedad decida dejarse mover por estos hijos suyos y descifrar la afirmación que le guardan…. de manera inconsciente, por supuesto. No hacen ellos un análisis político acabado, pero lo mismo, lo que afirman para nosotros es que algo muy grave pasa con la manera de vida que se propone la sociedad; algo muy serio no anda. A partir de ese mensaje, empieza el aprendizaje.
Lo que quiero decir es que los niños y las niñas en la calle son portadores de partes que pertenecen a la sociedad toda, pero que no son vividas por esta. En el caso de este primer ejemplo, son portadores de la afirmación y del asumir del hecho que existen graves problemas con el modelo de vida actual. La parte mayoritaria de la sociedad también tiene ese saber, pero bajo forma de angustia, sospecha rechazada, marginalizada con el habitual «todo o casi todo está bien». Entonces aparece este saber en las partes realmente marginalizadas del cuerpo social, y allí vive a la luz del día y denuncia con hechos contundentes, miseria, estancamiento sin futuro, lo que en verdad pertenece a la sociedad toda.
Haré otros ejemplos, esta vez del ámbito de los niños y las niñas que viven en la calle, ámbito que expresa quizás de la manera más extrema el fenómeno. Cuales son las partes del cuerpo social que viven ellos, en representación del resto de la sociedad?
* Los niños que viven en la calle lo hacen sin mucho equipaje. En una vida nómada en la ciudad, las posesiones materiales estorban. Cierto que los niños y las niñas que viven en la calle quieren también tener cosas materiales, y en realidad procuran constantemente adquirir cosas y bienes de consumo, pero esos bienes conquistados o comprados no pueden ser tenidos y asegurados por mucho tiempo. Es grande el riesgo de perderlos, por ejemplo al tener que «rajar» aceleradamente y escapar, o cuando se tiene que defender continuamente cualquier pequeña ventaja o posesión hasta contra los amigos y los aliados más cercanos.
Las posesiones de los niños en la calle son extremadamente efímeras. En su mundo, la posesión y la propiedad no significan mucho. Se podría decir que, más que poseer bienes materiales, los usan; cuando los necesitan, los quieren tener, quieren tener acceso a ellos. Por el otro lado, las leyes naturales de la sobrevivencia ‘todos contra todos’ se encargan de que se redistribuya rápidamente y casi por sí solo todo lo que se posee.
En su trato con lo que nosotros llamamos posesión y propiedad, los niños de la calle se parecen a los pueblos de cazadores y recolectores, las culturas indígenas chaqueñas, por ejemplo…
Los niños y las niñas que viven en la calle de esta manera cuestionan – de manera inconsciente -, uno de los principios fundamentales de la estabilidad societal: el valor absoluto y la inamovilidad de la propiedad privada. Es un principio que en la actualidad es invocado y aplicado sin tregua en muchas de nuestras sociedades en vías de modernización – acá también -, contra las justas pretensiones de, por ejemplo, jóvenes campesinos que quieren seguir siendo campesinos, o indígenas que pretenden vivir en su hábitat e ir por su propio camino al futuro. Es un principio que pasó a ser más importante que la posibilidad misma de vivir. Acaso las sociedades no necesitan este cuestionamiento? Ellos, los niños, lo guardan y lo viven para el resto.
* Otro ejemplo: de valores, normas y leyes, los niños que viven en la calle se sirven de manera pragmática y utilitarista: lo que me sirve en el momento es bueno, es un valor, es respetado. Valores y normas abstractas que no pueden ser vividas en el mundo de la calle pierden su contenido y sentido, tal como por ejemplo la citada inamovilidad de la propiedad privada. En cambio, tener acceso a posesiones ajenas y poder disponer de ellas se vuelve un valor. – Posible aprendizaje para la sociedad: debe empezar a flexibilizar sus valores y someterlos a una consideración crítica en los casos en los cuales contradicen las posibilidades de vida y crecimiento de partes de la sociedad, o de partes de su ambiente, de la naturaleza…
* Una ultima observación se refiere a lo que se podría llamar el «sistema de educación» de los niños que viven en la calle. Educación, para ellos, es esencialmente autoeducación. Tratan de adquirir espontáneamente valores y contenidos que les parecen útiles y deseables. No solo lo útil cuenta aquí, sino también otras cosas, simplemente por su poder de atracción. Aquí también se siente el espíritu cazador y recolector. Los niños y la niñas que viven en la calle transitan por la vida como cazadores y recolectores, cosechan lo que encuentran y lo que les gusta, lo que les atrae, lo que llena su hambre – hambre de barriga, hambre de entender, hambre de querer jugar, de aventuras, de afecto y de amor.
Yo veo un esta actitud un desafío muy fuerte para los actuales sistemas de educación de las sociedades modernas. En estos sistemas, y esto no ocurre solo aquí en Paraguay, educación frecuentemente ya no es mucho más que un domesticar y adiestramiento de los futuros adultos para que aprendan a funcionar correctamente dentro del sistema rígido de su sociedad. Haciendo eso, sin embargo, se seda y se reprime su fuerza creativa e innovadora para el desarrollo individual y colectivo, y con eso, la sociedad perjudica fuertemente sus propias posibilidades y recursos de renovación necesaria. Un hecho que tendrá, a la larga, efectos devastadores.
La pregunta es: qué elementos de la pedagogía implícitamente vigente entre los niños de la calle podrían ser útiles en la pedagogía oficial de nuestras sociedades, y podrían ser incorporados a ella? Con seguridad, una tal incorporación de elementos, un enriquecimiento de nuestra pedagogía, tendría, a través de la transformación de nuestro sistema escolar, efectos amplios sobre la vida y el futuro de la sociedad. Podemos también preguntarnos qué efectos tendría esta transformación del sistema escolar sobre los mismos niños y las niñas en la calle…
*
Estos no son sino ejemplos de lo nuevo, que ellos acercan a la sociedad. Partes no vividas ni asumidas por ella: la seria dificultad con nuestro modelo de vida; una educación libre y confiada en el instinto innovador de los niños; una convivencia en la cual la vida cuenta más que la propiedad; una actitud suficientemente abierta y relajada con normas y valores como para permitir el cambio necesario.
El resto de la sociedad también tiene estas características y capacidades, pero no las vive, sino las reprime. Asumiendo que somos parte de esa sociedad mayoritaria: las reprimimos, esas partes. Y así se da que los niños en la calle, y también otras minorías, deben vivir una parte de nuestro propio ser, una parte rechazada y marginada, que no queremos vivir nosotros; se podría decir que compensan, a través de su vida, lo que el resto de la sociedad no vive. Eso es lo que hacen por nosotros, en el sentido más real y profundo. Hasta que decidamos tomarlos en serio y jugarnos con ellos.
Para dar otra imagen aún: Se podría decir que representan la vida de la sociedad como en un teatro callejero permanente. Y representan y actúan especialmente aquellas partes y roles que la parte mayoritaria de la sociedad no asume. Estando en las calles y en la visibilidad pública, los niños lo hacen más visiblemente, con más fuerza e insistencia que otros grupos minoritarios que pueden ejercer funciones similares en el cuerpo de la sociedad.
Una última observación con relación a esta tarea de descifrar y significado de lo que vemos y vivimos: el significado, y los aprendizajes y mensajes escondidos allí no son los mismos en todas las sociedades. Las matices y acentos son diferentes, de manera que esta tarea de percepción no puede ser globalizada; es algo muy muy “personal” de cada sociedad.
III
Con esto podría dar mi conferencia por terminada: Si tomamos en serio las reflexiones aquí aportadas, ahora se trata simplemente de tomar el desafío que nos viene de la calle. Esto significa descubrir y descifrar en nuestra propia situación y sociedad los aprendizajes y las enseñanzas que nos propone la existencia de los niños en la calle.
Me parece sin embargo que debería continuar aún un poquito. Todos somos arrastrados por un espíritu de nuestro tiempo que nos hace sentir de manera continua en la obligación de ser productivos y para ello, prácticos y concretos. Aprendimos a encarar los problemas si no siempre adecuadamente, por lo menos con optimismo, y mantenemos para nosotros mismos y nuestra sociedad la pretensión de poder solucionar los problemas, o por lo menos de poder contribuir algo para su solución. Por todo ello, no puedo esquivar la pregunta del: qué hacer? cuáles son las consecuencias prácticas de la visión aquí expuesta?
*
Qué hacer? Para empezar quisiera reformular la pregunta; en vez de preguntar «qué hacer?», quiero preguntar simplemente «qué ahora?». Esta pregunta, más abierta, nos abre la posibilidad de no necesariamente tener que hacer algo con hechos y acciones, sino de poder incluir también alternativas más amplias cuando definimos posturas futuras. A veces, cuando hay peligro, lo mejor es relajarse y recapacitar, antes de dejarse llevar por la angustia y caer en el activismo. Hay formas de ser activos que no pasan por el hacer algo.
Niños y niñas en la calle trabajan, como lo vimos, tal como lo hacen otros grupos minoritarios, para nuestro cambio y el futuro de todos. Muchos de ellos, dicho sea de paso, arriesgan su vida en la mencionada tarea. – Qué es lo que nos corresponde hacer a nosotros, a la parte mayoritaria de la sociedad, como contraparte de este compromiso activo de la niñez, dentro de esta relación tan desigual? Quisiera mencionar algunas posibilidades:
1
La visión acá expuesta, de procesos de cambio espontáneos y fuerzas que actúan a nivel del cuerpo de la sociedad debería permitirnos tomar confianza sentirnos también amparados en ese acontecer abarcante y grande – más grande que nosotros; sentir confianza aunque haya dolor, aunque las cosas escapen a nuestro control. Debería permitir a no desesperarnos, aunque no podamos intervenir de manera directa.
Esta confianza significa confiar no solo en nuestras fuerzas y posibilidades, sino y sobre todo confiar en las fuerzas que actúan en el cuerpo del ‘ser vivo sociedad’, en la sabiduría que guía esas fuerzas y en su capacidad autocurativa’. – Esto no significa recostarse y no hacer más nada. Más bien significa actuar de una manera bien específica: Allí, donde el actuar puede promover, fortalecer y apoyar las mencionadas fuerzas de cambio. Por ejemplo, a través del descifrar, de la interpretación de los aprendizajes y mensajes que vienen de los niños en la calle, y luego y por sobre todo a través de su puesta en practica en la parte mayoritaria de la sociedad, entre todos los no-niños-en-la-calle. Este encargo toca a todos, a cada persona donde esté, en su vida personal, profesional, pública, en su entorno natural.
2
Aplicar sus enseñanzas significa integrar e incluir en nuestras formas de vida aquellos de sus aprendizajes que nos parecen importantes y relevantes para nosotros mismos. A partir de allí, la parte mayoritaria de la sociedad empieza a cambiar. El cambio que se produce es vital para la sociedad. Ese cambio también permitirá, de paso, a que los niños y las niñas en la calle puedan volver a sentirse reconocidos e integrados a la sociedad.
Un ejemplo: Cambiemos nuestras escuelas y nuestro modelo pedagógico de manera a que uno pueda ser niño en la calle o niña, e igual caber y permanecer en cualquier escuela; esto significa integrar al sistema oficial de educación la pedagogía de la calle, sabiendo que todos la necesitamos como una necesidad vital de la sociedad. Será una revitalización para la misma, y ayudará a volver a integrar toda nuestra niñez y juventud cuya identificación con la educación escolar hace tiempo ya es muy baja. De paso, esto repercutirá en los niños en la calle; nuestro cambio los cambiará a ellos. Posiblemente no volverán todos aquellos que ya quedaron al margen de las escuelas y se fueron a la calle. Con seguridad sin embargo, más niños y jóvenes que sufren dificultades serias en su vida y crecimiento, quedarán en condiciones de seguir su educación escolar en vez de verse relegados y excluidos.
3
La población debe a toda costa poder quedar en contacto con sus problemas y su dolor, en este caso los niños y niñas en las calles. Solo así también puede asumir la señalada tarea de percibir, descifrar y reconocer y sacar sus mensajes y aprendizajes. Es importante entonces que el fenómeno quede visible y tangible para todos. Debe seguir la molestia, los inconvenientes, la amenaza, el desafío, por más desagradable que sea. La parte mayoritaria de la sociedad no debe poder quedar tranquila.
Más concretamente, esto significa, y esto se dirige ya más a los que trabajamos personal- y profesionalmente en este tema:
– no implementar ni apoyar proyectos y propuestas cuya meta explícita o implícita es esconder a estos niños y niñas y hacer desaparecer, eliminar, erradicar el fenómeno (lo que de cualquier manera no es posible)
– fomentar y apoyar aquellas iniciativas y proyectos que fortalezcan el contacto entre la sociedad toda y sus niños en la calle
– evitar que en la sociedad se forme la creencia – vanamente desmovilizadora – de que el problema está en buenas manos y que está en vías de solución. Ese efecto lo crean a veces los gobernantes, las instituciones que trabajan y las organizaciones internacionales, al asumir posturas públicas que crean esa falsa seguridad, por ejemplo al anunciar grandes desembolsos de plata, o al dar a conocer informes o planes exitistas.
4
Apoyemos a niños y niñas en las calles, en todos los casos posibles, pero sobre todo en nuestro encuentro personal diario con ellos, a que puedan sentirse dignificados al hacer los que hacen por nosotros. Necesitan acompañamiento, reconocimiento. Se puede contribuir a que su vida, que por el momento no puede cambiar, sea mucho más llevadera. Reconocer que son parte de la sociedad y cumplen un rol importante es el comienzo del cambio ya señalado.
Parecería que al decir esto, esté yo abogando por el sufrimiento que pasan niños, niñas y jóvenes en las calles, diciendo que es bueno que permanezcan allí y sigan sufriendo. No: lo que digo es que es una ilusión pensar que se puede acabar con su sufrimiento simplemente suprimiéndolos a ellos. Lo que se suprime, vuelve, y vuelve probablemente con mayor fuerza y poder de destrucción. Este sufrimiento solo se acabará, cuando la sociedad haya entendido lo que expresa, y haya asumido y puesto en práctica el aprendizaje contenido. – Esto no significa por supuesto que no intervendremos, si nos toca, para ayudar a que un niño no quede en la calle, o para alivianar sus problemas, aunque sea con medidas asistenciales o como ayuda de emergencia. Al mismo tiempo sabemos: La gran mayoría de estos niños no son tocados por nadie, ninguna institución, ninguna ayuda, de manera que este tipo de intervención nunca podrá ser considerado una solución del problema.
5
Finalmente: una integración incondicional de los niños en la calle (sin pedirles a ellos que cambien), produce a la vez aquellos cambios en la sociedad que esta necesita con urgencia.
El pensamiento básico detrás de esto es – en forma resumida: si todos nos volvemos como ellos, ellos podrán volver a ser como nosotros. El cambio comienza con nosotros. Y es a partir de allí que puede empezar una transformación general, la que puede genera una normalidad societal más dinámica, más sana, más vigorosa, una “normalidad” con futuro.
Benno Glauser, 1997 (conferencia)